domingo, junio 12, 2011

Libre Pensamiento nº 67

Ya está en la calle el nº 67 de la revista Libre Pensamiento correspondiente a la primavera de 2011 con el siguiente sumario:

Editorial.

Dossier: Memoria del anarcosindicalismo a los 101 años del nacimiento de la CNT.

La inteligencia oficial y su visión del anarcosindicalismo. Rafael Cid

El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación. Tomás Ibáñez

Celebrar la esperanza y conmemorar la derrota. La construcción de una memoria libertaria en la reciente bibliografía sobre el anarquismo hispano. Daniel Parajua y David Seiz.

Formación sindical de CGT y transmisión del legado histórico. La formación una constante y una necesidad dentro del anarcosindicalismo. José Antonio Ojeda García y Jacinto Ceacero.

Lecturas sobre el anarcosindicalismo en España. Francisco Marcellán.

La función pública en el postfordismo. José Joaquín Pérez y Beneyto Abad.

El expolio de las cajas de ahorros. Pep Juarez.

El segundo asalto. Forma y contenido de la revolución social. Miguel Amorós.

¿Un derecho penal para niños? Sobre el eterno debate de la rebaja de la edad penal en la ley penal del menor. Laura Pozuelo Pérez

Viejo Mundo. ¿Nuevas reglas? Andrés Herrera –Feligreras.

De libros. Gaza en crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos. Noam Chomsky / Ilian Pappé

En total 85 páginas de interesante lectura. Ánimo.

Adjuntamos texto de la editorial de este número del Libre Pensamiento:


Va para cuatro años de crisis y cada vez pinta peor. Pinta peor para nosotros, a los que nos impusieron la crisis, los que nos la dejamos imponer. Pinta mejor para el capitalismo financiero, el que provocó la crisis de la que ha salido fortalecido, más agresivo que nunca, dispuesto a imponer su ley contra todos y contra todo. Nuestra crisis no es "la crisis", es la salida a la crisis, la que cada día nos siguen imponiendo, paso a paso, recorte a recorte, privatización a privatización. La que cada día seguimos dejándonos imponer.

Financiaron con dinero público a las entidades financieras, las mismas que ahora, estrangulando las finanzas públicas, nos imponen su salida a la crisis: refor­ma laboral, pensiones, privatizaciones, regresión fiscal y presupuestaria, recortes sociales... Ninguna de esas medidas nos saca de la crisis, al contrario, nos mete en ella. Todas, absolutamente todas esas medidas tienen por único objetivo un tras­vase de dinero a favor de los beneficios del capital, apretando, de momento, más a los que menos tienen. Nos acabará llegando a todos.

A cambio, nos anuncian brotes verdes, nos prometen futuras recuperaciones en las que se volverá a generar empleo y, con él, volverá una nueva época de abundan­cia generalizada. Seguramente con su discurso consiguen convencer a la opinión pública (¿es alguien o simplemente es algo que mantienen flotando?), pero, ¿nos convencen a nosotros?, ¿creemos que va a haber una salida a la crisis y que vol­verán épocas de bonanza y de un relativo reparto y bienestar para la mayoría de nuestras poblaciones?

Repiten el discurso de que un mercado laboral más flexibley barato (para empu­jarnos al cual son necesarias la reforma laboral y los recortes en las ayudas socia­les), acompañado de un incremento de los beneficios empresariales (impulsado por los recortes fiscales y la apertura de nuevos frentes de negocio otorgados por las privatizaciones y la degradación de los sistemas públicos de pensiones, sanidad y enseñanza) va a servir para la recuperación económica y la generación de empleo.

Pero no hay ningún dato que indique que ese discurso, que en otros tiempos funcionó con un grave coste social, hoy siga teniendo alguna validez. Por el contra­rio, todo parece indicar que esa dinámica, que siempre fue radicalmente injusta, aunque consiguiéramos derivar al exterior sus costes más severos, hoy ya no sirve ni para nuestras sociedades.

Estamos en proceso del desmantelamiento del estado de bienestar, la degrada­ción de las condiciones laborales y, salariales, y el arrasamiento de las arcas públi­cas, y todo eso con el beneplácito de los gobernantes y, lo que es más grave, con una desesperante pasividad social. Caminamos hacia una sociedad más empobre­cida, con garantías y derechos sociales en retroceso, y es una situación de empo­brecimiento que cada vez afecta a sectores sociales más amplios. El cuarenta por ciento de los trabajos tiene una retribución inferior a los 800 € mensuales. Esa es la tendencia, si ayer se hablaba de mileurismo para caracterizar una sociedad pau­latinamente empobrecida, hoy ese nivel de empobrecimiento está muy superado y abarca a mayor porcentaje de población, si ayer el acceso a la vivienda era difícil, hoy la están perdiendo buena parte de quienes la habían adquirido, mientras que los bancos se están convirtiendo en las mayores inmobiliarias... Y seguimos avanzan­do en la misma dirección. Cierto que se mantiene un importante nivel de consumo, pero es un consumo cada vez más secundario y más distante de la satisfacción de las necesidades reales y de la capacidad de una vida autónoma.

Tenemos, además, menor capacidad de enfrentamiento a unos poderes eco­nómicos, fundamentalmente financieros, más fuertes. De ese retroceso da buena medida la última huelga general de septiembre, con muy escasa incidencia real en la producción y con nula capacidad de impulso y firmeza, resultado de unas rela­ciones laborales deterioradas (trabajo negro, falsos autónomos, precariedad...) en unos puestos de trabajo cada vez más subordinados y con menor relación con la satisfacción de necesidades, y resultado, también, de un sindicalismo que cada vez tiene menos carácter de organización de trabajadores para la defensa colectiva de sus intereses, con nula credibilidad y que parece participar fielmente de los presu­puestos de la necesidad de impulsar la recuperación económica bajo el modelo de la productividad.

Naturalmente la pregunta que tenemos que hacernos es la de qué hacemos noso­tros en la actual situación. No confiamos en una hipotética recuperación económi­ca ni tampoco la queremos; no queremos que se nos generen nuevos puestos de trabajo con escaso o nulo valor social añadido. No queremos políticas económicas expansivas (vía incentivos al consumo o vía megaobras insensatas que relancen el ciclo), que, además, no es viable ecológicamente, pero tampoco queremos políticas recesivas impuestas, dirigidas, como siempre, a recortes sociales y privatizaciones.

Queremos reparto, así de sencillo. Así de difícil, en la realidad. Naturalmente, el reparto implica invertir la tendencia de incremento de los beneficios y las desigual­dades, invertir el trasvase cotidiano de riqueza, desde los que tienen menos a los que más tienen, y dé lo público a lo privado.

Queremos reparto dirigido prioritariamente a la satisfacción de las necesidades, no tanto al incremento del consumo, aunque sea para una mayoría. Ese reparto, en la actualidad, está más ligado a la austeridad que a un relanzamiento, nada desea­ble, dé la economía y, para un buen número de los trabajadores mejor posicionados, implica predisposición a repartir

Queremos reparto de los recursos, en una sociedad que los tiene abundantes, aunque mal orientados y repartidos. El reparto del empleo, no su generación, es una vía al reparto de los recursos, que es el objetivo.

No parece que el sindicalismo dominante vaya en esa dirección, tampoco que el nuestro sea capaz de romper esa dinámica imperante, pese a nuestra voluntad de hacerlo. El sindicalismo actual está (mos) falto de orientación y de objetivos para la actual situación, así como de caminos y métodos de actuación para alcanzarlos.
Nos remitiremos, para terminar a los artículos de Tomás Ibáñez y, desde otro punto de vista, el de Miguel Amorós, tratan de aportar luz para captar la actual situación y apuntan vías para encararla. Algo que tiene que ser aspecto central de nuestro pensar y de nuestro actuar.


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